El hombre: persona

Toda ciencia (como es la biomedicina) y toda ética, suponen una relación con la antropología, no sólo porque se ocupan del hombre o del mundo del hombre, sino porque plasman sobre el hombre (paciente o investigado) la visión del hombre que tiene el científico. Lo mismo se diga de la ética y de la bioética: según sea la visión antropológica tal será la visión ética sobre los problemas analizados. Para esto, será necesario definir una antropología adecuada, que es “aquella que trata de comprender e interpretar al hombre en lo que es esencialmente humano”. Por lo tanto, hace falta aquí delimitar varios principios claves que han de guiar  toda la reflexión moral de la bioética.

 

El hombre como totalidad unificada

“El hombre es una unidad substancial de alma y cuerpo”. Se oponen a este aserto todos los reduccionismos, es decir, todas aquellas teorías que “reducen” la naturaleza del hombre ya sea negando el alma o reduciendo el cuerpo a pura apariencia.

Contra todo esto, debemos afirmar que el hombre es una “totalidad unificada”, es decir: cuerpo y alma unidos substancialmente: “esa naturaleza es al mismo tiempo corporal y espiritual. Cada persona humana, en su irrepetible singularidad, no está constituida solamente por el espíritu, sino también por el cuerpo, y por eso en el cuerpo y a través del cuerpo se alcanza a la persona misma en su realidad concreta. Respetar la dignidad del hombre comporta, por consiguiente, salvaguardar esa identidad del hombre.

La unidad del alma y del cuerpo es tan profunda que se debe considerar al alma como la ‘forma’ del cuerpo; es decir, gracias al alma espiritual, la materia que integra el cuerpo es un cuerpo humano y viviente; en el hombre, el espíritu y la materia no son dos naturalezas unidas, sino que su unión constituye una única naturaleza.

 

El hombre es “persona”

La persona es fruto de un acto creador de Dios, quien crea e infunde el alma en cada ser humano. El acto generativo de un hombre y una mujer no dan razón de las superioridades que tiene el ser engendrado por ellos respecto de los seres engendrados de la unión de cualquier pareja de animales irracionales: no explica que este nuevo ser sea espiritual, inteligente y con voluntad. El ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas.

Al decir que el hombre es persona, estamos diciendo que es una “sustancia individual de naturaleza racional”. Lo que caracteriza a esta  sustancia individual, a diferencia de otras sustancias individuales (como el perro y la mosca), lo que la hace ser como es y obrar del modo como obra, es la racionalidad.

Al observar los vegetales y los animales… ¿Alguno de ellos es capaz de conocer las cosas en lo que “son” más allá de su apariencia sensible? ¿Alguno es capaz de hacer ciencia? ¿De conducirse, guiar sus propios actos, planeándolos por anticipado? ¿De renunciar a lo placentero por un bien mayor? ¿De amar y valorar la familia, la Patria o a Dios? Estas operaciones de inteligencia y voluntad, nos muestran, por el modo de operar, que la naturaleza del hombre, de la persona, es racional.

 

Características constitutivas

a)      Esta persona humana es compuesta. Materia: cuerpo y Forma: alma. Alma espiritual, incorpórea  y subsistente. Si bien la persona humana es compuesta, hay en ella una unidad esencial y existencial. Es una “totalidad integrada” y ordenada jerárquicamente. Un montón de ladrillos no es una totalidad, una casa sí lo es.

b)      La persona humana es limitada, finita. Limitada en el tiempo: nacemos y morimos. Además cada uno de nosotros no es todo lo demás, hay otras realidades que también son, que están más allá de nuestra individualidad real.

c)       El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Sin embargo, esta imagen divina no es univoca y perfecta, sino análoga e imperfecta.[1] La persona humana no es perfecta. En cada uno de nosotros hay imperfecciones. Pero hay también una posibilidad real de perfección. Nuestra naturaleza no tiene actualizadas, realizadas, todas sus posibilidades; pero tiende a ello. Y en ese tender a la perfección se desenvuelve la vida humana. Aquí está el profundo sentido de la educación.

d)      El hombre es un ser con interioridad.  Lo cual nos demuestra que es:

  • Capaz de reflexión, de un abandono de los objetos externos y una vuelta, un giro sobre sí, un giro sobre su interioridad psíquica.
  • Capaz de juzgar, es decir, de afirmar o de negar algo. Puede juzgar las cosas que son y como son. Se trata de juicios provenientes de la contemplación del orden dado. También puede juzgar lo que debe ser y lo que se debe hacer. Este es un juicio práctico. La razón establece un orden donde no existía.
  • Capaz de proyectar, en el sentido de elaborar un proyecto en su interioridad. Hay una conducta pensada, proyectada, juzgada en la interioridad, previa a la conducta vivida.

e)      El hombre es un ser capaz de guiar su propia vida. Nace con un proyecto vital específico… pero hay una diferencia fundamental entre él y los otros seres vivos. El hombre elabora su propio proyecto, y lo vive después; conduce su vida concreta y da sentido a sus actos. Y esto es posible dada su capacidad para conocer el fin, y conocer los medios adecuados para alcanzar ese fin. Y el hombre es el único ser vivo capaz de conocer fines y juzgar cuál es el medio más adecuado y más conveniente para alcanzarlos.

f)        El hombre es un ser capaz de elegir. Es posible elegir:

  • El “modo” de realizarnos como personas.
  • Los distintos medios para alcanzar los fines [2]intermedios y el fin último
  • Los fines intermedios

Sin embargo  No podemos elegir:

  • El fin último de la naturaleza humana: la felicidad. Para poder hacerlo tendríamos que ser sus autores, y de hecho no lo somos.
  • El fin último sobrenatural, ni
  • El Bien Común.

 

El conocimiento, y la búsqueda de estos fines y medios tienen una estrecha relación con la ética. La persona humana lleva en su naturaleza inscrita una ordenación obligatoria, necesaria, al bien común universal que es Dios y al bien común de la sociedad, que está por debajo y es más particular que aquel bien que subordina a sí cualquier otro.

El hecho de compartir todos los hombres la común naturaleza humana, tiene importantes consecuencias:

1°) las personas humanas compartimos un único e idéntico fin último; y 2°) los preceptos éticos son universales, es decir, se aplican por igual a todos los hombres, de todos los tiempos y bajo cualquier circunstancia. Todo esto fue, es y será así, mientras la naturaleza humana siga siendo la misma; y si cambiara, ya no seríamos persona humana, sino otra cosa diferente, a la cual habría que aplicarle sus propias reglas… Sin embargo, no todos admiten un fin último común –hay personas a las que por su estilo de vida, esto parece resultarles sumamente inconveniente.

Las maravillas de la naturaleza, tras una simple y atenta observación, tanto el macro como el microcosmos, sólo pueden explicarse, aceptando un orden asombroso y una Inteligencia Ordenadora, de una naturaleza muy superior a las posibilidades de la humana.

Sería impensable que ese maravilloso orden de la Creación, no se aplicase a la criatura más noble –el ser humano-. Ahora bien, todo orden implica –necesariamente-, un fin; que es -precisamente-, el criterio ordenador.

Por nuestra libertad –capacidad de hacer el bien o no hacerlo-, los seres humanos podemos auto-proponernos múltiples y subjetivos fines, muchos de los cuales –a su vez-, son medios para alcanzar otros fines superiores. Pero esa multiplicidad de fines no puede ser una cadena infinita; alguno tiene que ser el último, en cuanto meta final de la vida humana; o, lo que es lo mismo, el fin primario que ordena y da sentido, a la totalidad de la vida y actos de cada hombre. Y como nuestra naturaleza es común, dicho fin también –necesariamente- lo es.  Además, es experiencia universal que todas las personas buscamos ardientemente la felicidad, entendida como la pacífica posesión del bien. La felicidad es, pues, el fin último natural del hombre.

La discrepancia radica en cómo obtenerla, pero no en que todos la buscamos, o en que no sea el fin último de la humanidad. Parece experiencia universal indubitada, que la felicidad no está en ninguna cosa, ni en la sumatoria de todas ellas; sino más bien en la propia satisfacción, al realizar constantemente el bien, y éste en sentido objetivo.

Por tanto, la ética es el conocimiento de lo bueno –para realizarlo-, y de lo malo –para evitarlo-. Tiene estrecha relación con el último fin, que es el que marca la bondad objetiva, la cual, a la postre, es la único que puede hacernos felices.

 

Orden Natural y comportamiento humano.

Al estar estudiando actos humanos,  hemos de conocer la naturaleza humana para saber de las leyes que la rigen. Esa naturaleza no es resultado del azar ciego, que sostiene el materialismo, sino que posee un Orden, una jerarquía que se manifiesta en todos los seres y todos los fenómenos.

El hombre siempre se ha admirado de la regularidad de la marcha de los planetas, del ritmo de las estaciones, de la generación de la vida. Todo lo cual nos evidencia que hay una naturaleza y que existe un orden en ella, a lo que llamamos orden natural.

Cicerón nos enseña que hay un orden de la naturaleza con tres caracteres fundamentales:

a)      Es objetivo, pues no depende de “la opinión general”, ni de los “decretos de los imperantes”, ni de las “sentencias de los jueces”, todos ellos elementos subjetivos y cambiantes. El bien y lo justo no dependen de la conveniencia o capricho.

b)     Es universal, pues atañe a todos los hombres -mujeres y varones-, de todos los tiempos, lugares y demás circunstancias; pues la naturaleza humana es común a todos.

c)      Finalmente dicho orden de la naturaleza es inmutable, pues nuestra naturaleza -esencia-, no cambia. El mismo Cicerón no era ni más ni menos hombre que ninguno de nosotros, aunque por sus excepcionales cualidades, probablemente nos supere a todos en ellas; pero esas habilidades son elementos accidentales, y no hacen propiamente a la humanidad de ninguna persona, sólo la califican.

 


[1] Antonio Royo Marin. Dios y su obra. BAC. Madrid.1963

[2] El fin último y los fines intermedios pueden ser conocidos  por la inteligencia. Por la voluntad, adherimos a ellos o nos alejamos de los mismos.