Naturaleza de la muerte

“El hombre, que no es dueño de la vida, tampoco lo es de la muerte; en su vida, como en su muerte, debe confiarse totalmente al ‘agrado del Altísimo’, a su designio de amor… La enfermedad no lo empuja a la desesperación y a la búsqueda de la muerte, sino a la invocación llena de esperanza…” [1]

La muerte, desde el punto de vista filosófico, consiste en la separación del cuerpo y del alma. Una vez que el cuerpo y el alma se separan, no tendremos una sola forma cadavérica que substituya de manera definitiva y estable al alma espiritual, sino que en el cadáver se va produciendo una ‘sucesión continuada’ de formas substanciales hasta la última reducción material, esqueleto óseo o cenizas.

Científicamente hablando, “una persona está muerta cuando ha sufrido una pérdida total e irreversible de la capacidad para integrar y coordinar todas las funciones del cuerpo –físicas y mentales– en una unidad funcional”.[2] Dicha definición enfatiza que la capacidad para coordinar las funciones físicas y mentales tiene que haber sido perdida en todo sentido, y que este estado debe ser irreversible. Es una capacidad exclusiva del organismo el unir y coordinar las funciones mentales y físicas en una unidad que no puede ser reemplazada por medios artificiales o por tecnología médica.

Es importante enfatizar que las funciones físicas del cuerpo de un individuo no son eliminadas instantáneamente, sino en forma sucesiva -una vez que el cerebro ha dejado de funcionar-. Algunas de ellas, como la respiración y la actividad del corazón, cesan casi instantáneamente, pero estas funciones pueden ser sostenidas por un tiempo limitado, generalmente no más que unos pocos días, con la ayuda de medios artificiales. Algunos reflejos espinales pueden sobrevivir por algunos días aun después de un cese completo e irreversible de todas las funciones cerebrales”.

Este concepto científico de muerte es plenamente compatible con la noción filosófica, es más… parece ser su traducción clínica, pues es el alma, como forma substancial del cuerpo (forma única de la persona humana) la que coordina y unifica todas las funciones de la persona humana. La separación del cuerpo y del alma debe redundar precisamente en la descoordinación total e irreversible de todas las funciones mentales y físicas del sujeto.

La muerte no puede conllevar adjetivos. Una persona está viva o está muerta”.[3] Por lo tanto, no puede hablarse de “muerte cerebral”, “puesto que también tendríamos que hablar de una muerte cardíaca, o una muerte pulmonar, etc.

El problema consiste en determinar con exactitud cuáles son los signos físicos o biológicos que  constituyen un indicio de la pérdida total e irreversible de todas las funciones.

 

 

CRITERIOS PARA VERIFICAR LA PÉRDIDA TOTAL E IRREVERSIBLE DE TODAS LAS FUNCIONES

No vamos a considerar aquí el criterio para corroborar el advenimiento de la muerte que sostienen quienes aceptan la “muerte aparente”. Para estos, la muerte puede considerarse ocurrida cuando se constata la pérdida irreversible de la conciencia (pérdida de la capacidad de relación). Es evidente que esto no es la muerte… por lo tanto, proceder a cualquier acción contra la persona que se encuentra en tal estado puede constituir una auténtica eutanasia positiva.

 

Fuera de éste podemos señalar dos posiciones:

  1. El criterio cardio-respiratorio como criterio directo: aceptarán sólo la detención del corazón como “signo” de la muerte avenida. Los que defienden esta posición niegan tanto la validez de los signos, como el mismo criterio de muerte encefálica. Por este motivo consideran que la extracción del corazón latiendo constituye un delito de homicidio culposo por imprudencia.
  2. El criterio de la pérdida total e irreversible de todas las funciones: La posición que define la muerte como pérdida total e irreversible de todas las funciones mentales y físicas, etc., tal como lo hemos puntualizado más arriba, reconoce dos criterios, uno directo y otro indirecto.
  • Criterio indirecto relacionado con el corazón: “La pérdida total e irreversible de todas las funciones cerebrales, implica un paro cardíaco y respiratorio, de más de 15 a 20 minutos como regla. Durante este tiempo, el tejido cerebral sucumbe irreversiblemente debido a la falta de oxígeno. De aquí que el criterio “indirecto” es siempre suficiente para probar una pérdida total e irreversible de todas las funciones cerebrales. El criterio indirecto, no es siempre válido en nuestros días ya que la respiración y la actividad cardíaca pueden ser mantenidas artificialmente, aunque todo el funcionamiento cerebral haya sido perdido irreversiblemente. De todas maneras, el criterio indirecto de muerte ha sido y permanecerá aplicable en el futuro en más del 99% de las muertes”.
  • Criterio directo de muerte relacionado con el cerebro: Este criterio es usado en un número reducido de pacientes, generalmente bajo cuidados intensivos, en los que la actividad cardíaca y pulmonar es mantenida artificialmente por medio de un respirador. Según Obiglio sería usado en un 0,2-0,7 % de las muertes. Este criterio es usado en pacientes que han sufrido un infarto total de cerebro, también mal llamada, según hemos dicho, muerte cerebral.

 

La definición dada por la Pontificia Academia de las Ciencias[4] fue la siguiente: “una persona está muerta cuando ha sufrido una pérdida irreversible de toda capacidad de integrar y de coordinar las funciones físicas y mentales del cuerpo”. La muerte sobreviene cuando:

  1. Las funciones espontáneas cardíacas y respiratorias cesaron definitivamente
  2. Se verificó el cese irreversible de toda función cerebral

 

Así, la detención definitiva de las funciones cardio-respiratorias conduce muy rápidamente a la muerte cerebral, siendo este último el verdadero criterio de la muerte.

Como vemos, el momento de la muerte es un acontecimiento que ninguna técnica científica o método empírico puede identificar directamente. Pero la experiencia humana enseña también que la muerte de una persona produce inevitablemente signos biológicos ciertos, que la medicina ha aprendido a reconocer cada vez con mayor precisión. En este sentido, los ‘criterios’ para certificar la muerte, que la medicina utiliza hoy, no se han de entender como la determinación técnico-científica del momento exacto de la muerte de una persona, sino como un modo seguro, brindado por la ciencia, para identificar los signos biológicos de que la persona ya ha muerto realmente.


[1] JUAN PABLO II, EV, 46.

[2] Comité para la Definición de la Muerte”, del grupo de trabajo de la Pontificia Academia de Ciencias, reunido en la Ciudad del Vaticano en 1989.

[3] Cf. H. OBLIGIO, “A propósito de una definición sobre la muerte…”, 3-4.

[4] La Pontificia Academia de las Ciencias no es órgano del Magisterio Pontificio, ni compromete a éste con sus conclusiones.